sábado, 28 de marzo de 2020

Luces y Nubes




    Acompañamiento para Gestión del Cambio 





Ayer a última hora del día, tras los aplausos dirigidos desde las ventanas a las personas que se están dejando la piel por todos, salí a dar una vuelta a la manzana con nuestra perrita nora que, ajena a todo esto, demanda su paseo cada día, tras una paciente espera. Sabe que tras los aplausos, que le asustan un poco, toca salir a la calle que ahora es distinta, vacía, sin coches, sin ruido, sin nadie.

Apenas habíamos avanzado tras doblar la esquina poco después de salir del portal, cuando el imponente silencio se vio interrumpido por un sonido ronco de un motor grande de máquina que provenía del final de la calle por la que avanzábamos.

Vivimos en un pueblo manchego en el que las calles son irregulares y las manzanas de casas también. La manzana de nuestra casa es corta en el lado de la fachada del portal y larga en el de las perpendiculares. Nora y yo caminábamos por la de la izquierda de nuestro portal, que viene a ser el doble de larga que la parte de nuestra casa.

Iríamos por la mitad, más o menos, cuando escuchamos el ruido. La perrita levantó la cabeza y las orejas, dejando de husmear el suelo. Yo miré al fondo de la calle sin ver nada. Seguimos caminando un poco más y de pronto vi que al fondo la entrada de la calle se iluminaba. Al poco, unas luces aparecieron. Potentes luces que irrumpieron en la esquina, mientras el sonido aumentaba su potencia.

Nos detuvimos en seco. Entonces pude ver que detrás de esas potentes luces se formaba una nube blanca a cada lado, que llegaba en altura hasta las ventanas de las casas, casi todas de un solo piso (hay pocas casas de dos plantas en esa calle)

Entonces caí en la cuenta de que lo que avanzaba por la calle vacía en la que sólo estábamos la perra y yo, era una máquina grande con potentes focos y que las nubes eran el resultado de una pulverización. ¡Estaban fumigando!. 

Rápidamente nos dimos la vuelta y avanzamos deprisa hacia la esquina, mientras ese artefacto avanzaba ruidosamente, fumigando sin detenerse.
Cuando llegamos a la esquina para doblar a la derecha hacia nuestro portal, decidí cruzar y avanzar por una calle de enfrente, no contigua a la que habíamos dejado, sino algo más a la derecha, para ver aparecer la máquina.

La esquina de la calle que acabábamos de abandonar a toda prisa, perseguidos por las luces y las nubes, se iluminó con gran intensidad y aparecieron los focos, detrás de los cuales la mole de un tractor de gran tamaño arrastraba un remolque con un voluminoso depósito y con unos aspersores en la parte trasera en forma de abanico, que pulverizaban a ambos lados una nube espesa. 
Yo había visto esa imagen en el campo, nunca en una calle.

Entonces giró hacia la izquierda, en sentido contrario adonde la perrita y yo nos habíamos detenido, mirando atónitos la aparición y el avance del enorme tractor que arrastraba el remolque con el depósito, pulverizando a los lados sin cesar esas nubes, mientras se alejaba ruidosamente tras doblar la esquina.

Un fuerte olor a cloro, a lejía, nos llegó enseguida y decidí que ya era hora de volvernos, pensando en que la pequeña nora podía intoxicarse (no pensé en que yo también hasta después, ya en casa) Bajé la vista y vi que me miraba fijamente, con las orejas levantadas, como diciéndome: "¿nos vamos ya a casa o qué?"

Un vecino nos hacía señas desde su ventana, señalando hacia el lado contrario al que avanzaba alejándose el tractor que acabábamos de ver. Al salir de la calle en la que estábamos para cruzar a nuestro portal, otra vez un sonido ronco y fuerte de motor, esta vez más cercano, y otras potentes luces avanzando hacia nosotros.
Cruzamos rápidamente (tengo que reconocer que con cierto miedo, nora también, con el rabo entre las patas traseras) y bajo la mirada del vecino en su ventana entramos rápidamente en el portal.

Ya a salvo en casa, salimos a la terraza grande donde vive nuestra perra y al asomarme vi pasar ese tractor de gran tamaño, con el sonido de su motor al que se añadía el del compresor adosado al depósito, que pulverizaba a ambos lados a través del abanico de aspersores, dos amplías y espesas nubes de desinfectante, que no llegaban hasta nuestra altura (un segundo piso) pero sí a todo el ancho de la calle, las fachadas y ventanas hasta casi el primer piso a ambos lados a su paso.
Vimos como el convoy giraba enfilando hacia donde poco antes estábamos nora y yo mirando atónitos el anterior tractor.

Me pareció una escena surrealista y distópica que me hizo tomar verdadera conciencia de la gravedad de la situación en la que estamos, en la que los ayuntamientos ordenan la fumigación de las calles de los pueblos y las ciudades para desinfectarlas y combatir la pandemia.

Durante bastante tiempo se sucedieron las pasadas de las fumigadoras y desde dentro de casa escuchamos una y otra vez el ruido a su paso. 

Esta experiencia, como la de todos en esta situación de alarma y confinamiento, refleja la excepcionalidad de la misma, en la que estamos viviendo de forma colectiva algo desconocido y de una magnitud de la que cuesta hacerse a la idea.

Luces y nubes que nos hacen aterrizar forzosamente en la verdadera dimensión de lo que ocurre y tomar conciencia colectiva de la necesidad de permanecer en casa y salir lo estrictamente necesario. Porque ese virus puede estar en todas partes y son necesarias medidas drásticas, incluidas ruidosas máquinas que rompen el inusual silencio de las calles, iluminando con sus potentes y fantasmales luces, tras las que nubes de disolución de cloro pulverizado rocían las superficies a su paso.

Desde aquí mi aplauso también a esos agricultores que con sus tractores avanzan ruidosos, lejos de los campos por nuestras calles, iluminándolas a su paso y esparciendo nubes de desinfectante.


#yomequedoencasa



Jorge Arizcun

domingo, 22 de marzo de 2020

Tras la tormenta II




    Acompañamiento para Gestión del Cambio 





No quiero ser yo quien me regodee en un discurso negativo y catastrófico. Tras la entrada anterior en la que quise llamar la atención sobre la necesidad de tomar conciencia de nuestra responsabilidad como especie que comparte casa común, en esta quiero adaptar el texto de una antigua entrada que escribí, a la situación actual.

Esa entrada se titula "Tras la tormenta..." y hacía referencia a aquello que sucede y sobre lo que no tenemos control.

Una tormenta fuerte puede ser catastrófica y se puede ver venir o no. Pasará, como todas las tormentas y llegará la calma. Y se verán los daños a reparar.

Esta situación que ahora vivimos es una descomunal tormenta, de la que era imposible prever su tamaño y duración. Todos habíamos visto encapotarse y oscurecerse el cielo a lo lejos, sin poder hacer más que contemplarlo sin forma de saber si llegaría aquí, cómo iba a ser, ni la cantidad de agua que iba a precipitar, ni el aparato eléctrico que la iba a acompañar, ni su violencia, ni tampoco los daños y consecuencias que iba a ocasionar.

Nos ha pillado desprevenidos. Nos está cayendo una terrible tormenta con esta crisis sanitaria, a cada cual en su lugar.

Siguiendo con el símil tormentoso, no podemos saber en este momento si debido a la fuerza del agua y las filtraciones, se hundirá o no el suelo bajo nuestros pies.

Puede que antes de la tormenta hayamos caminado por ese terreno que tras ella va a hundirse. No hemos sido conscientes de su fragilidad, nos parecía sólido, pero posiblemente ya estuviera socavado por filtraciones anteriores.

Una tormenta, como muchos otros fenómenos naturales, como es esta pandemia que ahora vivimos, es una prueba patente de la absoluta falta de control que tenemos sobre lo que acontece.

Pero sobre lo que sí tenemos control es sobre lo que nosotros hacemos y el grado de conciencia y responsabilidad con los que vivimos.

La tormenta, como esta crisis, puede pillarnos desprevenidos. Lo que sí es cierto es que con un grado de conciencia mayor podemos evitar o paliar sus efectos.

Si durante la tormenta, cuando arrecia el fuerte viento y la precipitación es intensa, incluso con granizo de gran tamaño y caen rayos sin cesar, salimos al exterior, nos vamos a mojar, el granizo nos va a golpear, el viento nos va a azotar y puede que nos parta un rayo...

No tenemos manera de evitar que se forme ni que se desate una tormenta. No podemos prever sus consecuencias, que pueden ser muchas y graves.

Lo que es cierto es que pasará. Y como ocurre con todas las tormentas, tras su paso volverá a salir el sol que iluminará el panorama posterior que puede ser poco acogedor...

Tras la tromba de agua, el viento, el granizo y los rayos, volverá a salir el sol sobre los daños. En ese momento lo que tocará es ponerse manos a la obra para reparar lo que pueda repararse, para limpiar, tirar, colocar, reconstruir...

Y no quedará otra que respirar profundamente y seguir adelante, sin juicios ni lamentaciones. Trabajar codo con codo mirando al frente.

Siempre tras la tormenta viene la calma. En el caso de una tormenta, la calma atmosférica. En el caso que vivimos, esta pandemia, también pasará, se calmará todo y tocará rehacerse.

¿Qué pasa en lo personal? Ahí es donde hay que realizar el verdadero trabajo de reconstrucción, porque como sociedad e individualmente esta pandemia va a causar daños en lo profundo. Será, es, momento de replantearse las cosas y tomar conciencia de lo que se debe cambiar, lo que se debe limpiar, lo que se debe tirar.

Toca trabajar la calma interior. Desde la conciencia de saber que no podíamos prever los daños a los que nos enfrentamos y nos enfrentaremos, pero también con la certeza de saber que tenemos que hacer cambios y replantearnos cosas. 

La tormenta, como la pandemia no es algo bueno ni malo. Es un acontecimiento que sucede y pasa. Siempre pasa, dejando huella a su paso.

En la vida se suceden las tormentas, a un nivel individual y también colectivo. Las hay que provocan destrozos considerables que nos tambalean y cuando pasan dejan un panorama desolador. Ese será el nuevo escenario en el que habrá que trabajar. 

Tenemos que ser conscientes de la necesidad de arreglar y reforzar para paliar en lo posible el poder destructivo de la siguiente tormenta, que vendrá con toda seguridad.

Debemos aprender, no solo tras la tormenta, sino antes de la próxima. Debemos observar y estar atentos a las señales que indican la proximidad de la siguiente tormenta para que no nos pille desprevenidos, ni en donde no debemos estar. Para que no nos pille sin abrigo, ni paraguas, ni impermeable...

Aprender y observar. Aprender de las tormentas pasadas y observar con mucha atención el presente para prevenir las futuras.

Va a haber daños, muchos. Cuanto más grande y violenta la tormenta, y esta pandemia lo es, mayores esos daños y más graves las consecuencias.

Cuando pase, que pasará, no es que escampe y ya está. No va a ser así. Va a tocar trabajar duro y no va a valer lamentarse.

Esta tormenta debe servirnos. Aunque no la queramos y nos den miedo sus truenos y sus rayos, aunque destruya.

Nos acordaremos de ella en el futuro. Deberíamos hacerlo para no repetir los errores, Si la olvidamos y no cambiamos nada, la siguiente nos dará más miedo y nos hará más daño.

Aprendamos y cambiemos lo que es necesario cambiar. Esto es un aviso de la Naturaleza para que lo hagamos. No es sostenible nuestro modo de vida y lo sabemos. Pero no debemos acordarnos de Santa Bárbara sólo cuando truena, como dice el refrán. O como dice el otro, más vale prevenir que curar. Porque puede que esa próxima tormenta no nos de opción y no quede nada que curar. 

Ánimo y que cada cual se revise y ojalá podamos revisarnos colectivamente. Es la única forma de ayudar a la Naturaleza a recuperar el equilibrio, que como decía en la entrada anterior, va a hacerlo de todas formas, con o sin nuestra colaboración. Mucha paciencia y a quedarse en casa hasta que escampe.




Aplausos y Caceroladas




    Acompañamiento para Gestión del Cambio 



Imagen: Ferrán Martín (@ferranmartin)


¿Qué nos hemos creído? 

Somos la especie humana. Una especie más en todo el complejo sistema natural. Pertenecemos al reino animal, concretamente al orden de los primates. Primates evolucionados y con inteligencia superior.

Pero no lo parece. Nos creemos los dueños de la Tierra y actuamos con tremenda irresponsabilidad, lo que no se corresponde para nada con esa inteligencia superior.

La Madre Naturaleza, que, como madre que es, merece nuestro respeto y cuidado, lejos de recibirlo, recibe constantemente lo contrario. Ese respeto al que deberíamos vernos obligados, nos lo pasamos por el forro con nuestra inteligencia superior. 

Somos una especie en una adolescencia crónica, que no madura y que atenta sin tregua contra las mínimas reglas de convivencia con nuestras hermanas, las demás especies de los reinos animal y vegetal. Una especie caprichosa y egoísta que con rebeldía falta al respeto a su madre y al resto de la familia. Tampoco respeta su propio hogar, degradando los ecosistemas, la tierra, los ríos, los mares, el aire que todos, humanos y no humanos, respiramos.

La Madre Naturaleza es paciente, pero llegado a un punto de actuación tan dañina en nuestro endémico egoísmo de especie adolescente, irreverente, maleducada, egoísta e insolidaria, reacciona, y esta vez lo hace sutilmente con un microscópico virus, que de forma selectiva sólo ataca a los seres humanos de forma agresiva y exponencial. La enfermedad que transmite no es mortal en exceso, en lo biológico, en una primera fase, pero tiene la capacidad de poner en serios aprietos a nuestro sistema social, desbordando la capacidad de atención a los infectados y colapsando la sociedad, pudiendo ser mucho más letal en ese escenario.

La Madre Naturaleza es la que manda. Y con esta sutilidad pone en tela de juicio lo humano en favor del conjunto de especies y ecosistemas. 

No te quepa la menor duda de que con especie humana o sin ella, la Madre Naturaleza continuará su curso y equilibrará el sistema.


Esta pandemia debería servirnos para reflexionar colectivamente y tomar conciencia del lugar que ocupamos en el hogar común, de nuestra responsabilidad y de nuestras obligaciones, que no se ven reflejadas por nuestro comportamiento irresponsable y rebelde.

Hemos tomado posesión de ese hogar común y no hemos tenido consideración con el resto de la familia natural, ni con la propia casa. No tenemos otra y eso se nos olvida.

Pensamos que esto que ocurre ahora es lo más importante. A escala de la Tierra como planeta dentro de un sistema planetario, la importancia de esta pandemia es insignificante. No digamos a una escala cósmica, que se nos escapa totalmente y de la que no somos ni conscientes.

A nuestra escala sí lo es. Pero más que lo que ocurre, lo importante es por qué está ocurriendo y sobre todo para qué.

No para que nos dediquemos a tratar de justificarnos, a pelearnos, a difamarnos, a desunirnos. No para que enfoquemos en la política, en la economía, en las diferencias. No, para eso no.

Eso es indicativo de que no entendemos nada con nuestra mente colectiva adolescente. Se trata de madurar y eso es lo que nuestra madre común trata de enseñarnos. Para eso es esto que ocurre.

Si no detenemos el absurdo comportamiento de bandos, de intereses, de desigualdades, si no levantamos la mirada todos a una para ver más allá de nuestra humana nariz y tomar conciencia de nuestro comportamiento como especie, este aviso no valdrá para nada y vendrán más y peores, sin duda alguna. 

Nuestra Madre no es humana, no está enfadada. Tan solo busca reequilibrar el sistema que la especie humana se empeña en desequilibrar.

Y si tuviera mente humana, que afortunadamente no, pensaría que no somos capaces de entender nada, persistiendo en nuestros comportamientos dañinos e incluso fomentándolos. No entendería que convivieran la solidaridad y la insolidaridad, reflejadas en aplausos y caceroladas. No comprendería nuestras reacciones ante una amenaza común, cada cual preocupado por lo suyo, cada individuo, cada colectivo, cada sociedad, incapaces de unirnos y actuar como especie con instinto de supervivencia.

Pero la Madre Naturaleza no tiene obviamente pensamiento ni razonamiento humano, limitado e inmaduro. Está por encima de nuestra pequeñez y si tuviera pensamientos humanos pensaría que no tenemos remedio y quizás que nuestra permanencia en casa así no puede continuar.

Nuestro futuro depende de muchos factores. De corregir, si tal cosa es posible, nuestros comportamientos destructivos, de unirnos como especie, de madurar. Y aunque pudiésemos corregirnos colectivamente, no tenemos ningún control y esto que está ocurriendo puede ser poco para lo que puede ocurrir y que en nuestra inmadura mente colectiva ni nos planteamos. Lo que está claro es que si como especie logramos ser más responsables, contribuiremos al equilibrio que nuestra madre quiere.

Como muchos dicen, tenemos lo que merecemos y poco es para el constante daño que hacemos con nuestra ignorante inmadurez adolescente.

Este seguro que invisible intento de concienciación por mi parte, evidentemente es un brindis al Sol. A la vista está: Aplausos y caceroladas. Es lo que hay tristemente. Y el poder aplastante de la Naturaleza puede acabar acallando ambos.


Jorge Arizcun