Trick or Treat Crecimiento Personal
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Continúo con la segunda entrega de "El Duro Camino de Reinventarse", que este tema da mucho de sí.
Como estoy haciendo el programa de Gestión del Cambio, aprovecho que hay mucho contenido interesante para trabajar y lo comparto por aquí, por si puede ser de ayuda.
Espero que sí.
Y creo que puede dar para alguna entrada más...
En la primera parte, estábamos subiendo por el tortuoso y empinado camino de ese reinventarse
(https://totconsultingsolutions.blogspot.com.es/2017/02/el-duro-trabajo-de-reinventarse.html)
Como estoy haciendo el programa de Gestión del Cambio, aprovecho que hay mucho contenido interesante para trabajar y lo comparto por aquí, por si puede ser de ayuda.
Espero que sí.
Y creo que puede dar para alguna entrada más...
En la primera parte, estábamos subiendo por el tortuoso y empinado camino de ese reinventarse
(https://totconsultingsolutions.blogspot.com.es/2017/02/el-duro-trabajo-de-reinventarse.html)
Empinado y tortuoso, sí. Pero a medida que nos vamos adentrando y vamos subiendo, vamos entrenando.
Al principio resulta muy penoso y cansado y uno no puede más que mirar al suelo, donde va a dar el siguiente paso.
Poco a poco vamos más ligeros. Primero porque aligeramos la mochila. Y después porque vamos estando más fuertes. Y más tarde porque las condiciones mejoran.
Esto nos permite ir poco a poco levantando la cabeza. Ya no estamos tan cabizbajos, mirándo fíjamente el camino. No.
A medida que vamos avanzando y levantando la vista, podemos ver algo más que el sitio en el que vamos a poner el pie. Podemos ver que alrededor hay paisaje. Cambiamos la perspectiva.
No todo es el camino y su dureza, o la dureza que percibimos. También está el entorno, el contexto. Y suele ser sorprendente.
Si podemos levantar la cabeza y mirar alrededor, todo cambia. Porque podemos comenzar a apreciar dónde estamos. Podemos ver que hay mucho más y que merece la pena.
Paisajes, verde, cielo. Quizás agua, ríos, lagos, cascadas. Nubes, animales, silencio, viento..., quizás acantilados, mar...
No todo son piedras, arena, barro, camino empinado. Hay mucho aliciente alrededor.
Esto lo primero.
Hoy quiero hablar del principal compañero de viaje con el que contamos.
¿Adivinas quién es?
Exacto (para quien lo haya adivinado) Nosotros Mismos.
Ese es nuestro compañero. Inevitablemente vamos a transitar el camino con él. Y más nos vale llevarnos bien. Porque si no es así, realmente puede resultar muy penoso.
¿Qué le decimos a nuestro compañero de viaje?
Para esto vamos a hacer el ejercicio de colocarnos a su lado, como observadores y contemplarlo, sin juzgarlo. Sin juzgarnos.
Miremos su postura, su actitud, su mirada, su equipo. Miremos solamente.
Observemos su mochila. Esa pesada mochila que lleva a la espalda, con la que tiene que subir esa empinada cuesta.
Hay que decir que la cuesta es muy empinada al comienzo. Quizás no lo sea tanto, pero si se lo parece a nuestro caminante.
Porque iba por un camino mucho más llano y llevadero, la mochila no le pesaba tanto y de pronto ese camino tiró para arriba, en un brusco cambio de pendiente.
¡Uf! Frenazo. No puedo mantener el ritmo. La mochila ha doblado su peso y me tira para atrás. La sensación es intensa. La apreciación de dificultad se magnifica hasta extremos de pensar: No puedo.
Pero (cuidado con la palabra "pero", que es un gran borrador) en realidad sí que puedes.
El lenguaje crea realidades. Si dices que no puedes, no puedes. Eso es un hecho.
Es como si pusiésemos un filtro a la realidad. Un filtro con partículas limitantes que se activaran cuando el lenguaje fuese limitante, convirtiendo la realidad en aquello que decimos.
Cuando llega el momento de cambio y lo que era un camino cómodo y llevadero se convierte de repente en un difícil, empinado, irregular y estrecho sendero, lleno de piedras, espinos y resbaladiza arena, es absolutamente normal detenerse. Pero no detenerse para no seguir.
El camino por el que íbamos ha desaparecido, ya no existe. Tenemos sólo este por delante.
Pero este panorama tan desolador es solo el inicio de esta nueva ruta. Y ¿sabes qué? Que ni es tan empinado, ni tan difícil, ni tan irregular ni estrecho, ni las piedras son tantas, ni tan grandes, ni los espinos lo pueblan todo y la arena no es resbaladiza todo el tiempo.
Lo que pasa es que lo comparamos con el anterior, al que estábamos acostumbrados y nos parece todo eso.
Y además nos lo decimos. Con el lenguaje interior creamos esa realidad. Y por delante no es que tengamos un camino, sino que hemos levantado una pared vertical.
Por eso es muy recomendable observar bien y observarnos a nosotros mismos. Y observar lo que nos decimos.
Si yo soy mi único compañero de viaje y me encuentro con este cambio repentino, ¿qué me diría?
¿Qué le diríamos a un compañero que fuese junto a nosotros caminando y que se encuentra con un cambio de desnivel y un camino más difícil de golpe?
¿No puedes?, ¿párate?, ¿abandona?, ¿déjalo?, ¿va a ser así todo el tiempo?, ¿olvídate de que mejore?, ¿sólo puede ir a peor?, ¿tú no vales?
¿O más bien le dirías a ese querido compañero de ruta ¡venga, ánimo!, ¡tu puedes!?
Yo creo que si lo miramos así, y nos miramos a nosotros con amor y con compasión, como ese compañero con el que caminamos, no nos diríamos esas cosas tan negativas y limitantes.
Porque esas cosas no se las diríamos a otra persona con la que fuésemos de ruta por la montaña. Nunca.
Entonces ¿por qué nos las decimos a nosotros?
El camino puede endurecerse, mucho, de golpe. Sí.
Pero todos sabemos que son tramos, etapas. Que después viene un tramo más cómodo y más llano y más ancho.
Que tarde o temprano vuelve a descender. Que encontraremos agua. Que si hace mucho frío o mucho calor, o mucho viento, va a cambiar. Seguro.
Podemos parar para tomar aliento y para deshacernos de peso innecesario en la mochila. Esa pesada mochila. Pero no crear con nuestro lenguaje una realidad distorsionada que nos paralice. Porque no es verdad. No es real.
Los que habéis hecho rutas de montaña lo sabéis bien. Hay tramos difíciles y complicados, que forman parte de la ruta. Así es la montaña.
Recuerdo cuando alguna vez haciendo senderismo, mi hijo pequeño se enfadaba cuando el camino se empinaba y decía: - Jo, ¡hay cuestas!
Yo me sonreía y le decía, - claro, estamos en la montaña. Pero sigue que más adelante es más fácil y luego bajaremos.
Le animaba a seguir, le enseñaba que así es el monte y que por eso es tan especial caminar por él. Que no sólo es el camino. Le distraía con los paisajes, con la orientación, con la vegetación, con la fauna.
Igual que la vida. Igual.
Es cómodo andar por terreno llano, o por la ciudad. Pero es monótono. No hay reto.
Pensemos así. Un reto. Otro reto. Podemos superarlos, claro que sí. Porque tenemos las condiciones, vamos bien equipados y vamos bien acompañados. Con la mejor compañía que podemos tener, la que más nos conoce y la que más debe queremos y a la que debemos querer. Nosotros mismos.
La vida es un camino. Un camino que va cambiando constantemente. Puede que a veces de forma imperceptible, pero siempre cambiando.
Esos cambios pueden ser bruscos, mucho, pero no debemos recrearnos en eso, debemos aceptarlo y seguir. Adaptar el ritmo, que será más lento si se vuelve muy empinado y tiene más obstáculos. Adaptar la respiración, hacer más paradas, reponer energías...
Pero no decirnos cosas negativas, limitantes. Ni referidas al camino, ni a nosotros mismos. Ir paso a paso y levantar la vista a menudo para apreciar todo lo que nos trae. No sólo dónde pisamos.
Porque la vida es todo. Lo que hay arriba, lo que hay abajo, lo que hay a los lados y en especial lo que hay dentro de nosotros.
Tenemos todo dentro. Sólo debemos buscarlo. Puede que no lo sepamos, pero es así. Estamos completos. Pero nos decimos tantas y tantas veces qué nos falta, buscando en el exterior, que no creemos en nosotros mismos.
La vida es cambio. Necesario.
Y nosotros debemos transitar el camino, que no sabemos lo largo que va a ser ni adónde nos va a llevar, adaptándonos constantemente. Esa adaptación es la que nos mantiene en forma, la que nos mantiene vivos.
Prueba a observarte. Mira cómo afrontas las dificultades, cómo te hablas.
Y tiéndete la mano para ayudarte a superar ese tramo difícil. Anímate, cuida de tu compañero, que eres tú. Solo así podrás en otros momentos caminar junto a otros, ayudar y dejarte ayudar.
¿Negarías ese apoyo, ese ánimo, ese aliento, esa mano a otro? ¿Por qué a ti sí?
Reinventarse es una constante en la vida. El grado de reinvención lo marca el grado de cambio.
Es cierto que hay vidas con caminos más llanos y constantes. Pero esos no ayudan demasiado a adaptarse, a crecer, a ser mejores. No enseñan tanto.
¡Vámos!, ¡Arriba! No es terrible. Es así. Aprende, reinvéntate. Busca en tu interior, aligera la mochila. Y levanta la vista. Respira fuerte, repón fuerzas y disfruta del camino, sea como sea, del paisaje y de tu compañero, que está ahí para ayudarte. Tú.
Jorge Arizcun