domingo, 22 de marzo de 2020

Tras la tormenta II




    Acompañamiento para Gestión del Cambio 





No quiero ser yo quien me regodee en un discurso negativo y catastrófico. Tras la entrada anterior en la que quise llamar la atención sobre la necesidad de tomar conciencia de nuestra responsabilidad como especie que comparte casa común, en esta quiero adaptar el texto de una antigua entrada que escribí, a la situación actual.

Esa entrada se titula "Tras la tormenta..." y hacía referencia a aquello que sucede y sobre lo que no tenemos control.

Una tormenta fuerte puede ser catastrófica y se puede ver venir o no. Pasará, como todas las tormentas y llegará la calma. Y se verán los daños a reparar.

Esta situación que ahora vivimos es una descomunal tormenta, de la que era imposible prever su tamaño y duración. Todos habíamos visto encapotarse y oscurecerse el cielo a lo lejos, sin poder hacer más que contemplarlo sin forma de saber si llegaría aquí, cómo iba a ser, ni la cantidad de agua que iba a precipitar, ni el aparato eléctrico que la iba a acompañar, ni su violencia, ni tampoco los daños y consecuencias que iba a ocasionar.

Nos ha pillado desprevenidos. Nos está cayendo una terrible tormenta con esta crisis sanitaria, a cada cual en su lugar.

Siguiendo con el símil tormentoso, no podemos saber en este momento si debido a la fuerza del agua y las filtraciones, se hundirá o no el suelo bajo nuestros pies.

Puede que antes de la tormenta hayamos caminado por ese terreno que tras ella va a hundirse. No hemos sido conscientes de su fragilidad, nos parecía sólido, pero posiblemente ya estuviera socavado por filtraciones anteriores.

Una tormenta, como muchos otros fenómenos naturales, como es esta pandemia que ahora vivimos, es una prueba patente de la absoluta falta de control que tenemos sobre lo que acontece.

Pero sobre lo que sí tenemos control es sobre lo que nosotros hacemos y el grado de conciencia y responsabilidad con los que vivimos.

La tormenta, como esta crisis, puede pillarnos desprevenidos. Lo que sí es cierto es que con un grado de conciencia mayor podemos evitar o paliar sus efectos.

Si durante la tormenta, cuando arrecia el fuerte viento y la precipitación es intensa, incluso con granizo de gran tamaño y caen rayos sin cesar, salimos al exterior, nos vamos a mojar, el granizo nos va a golpear, el viento nos va a azotar y puede que nos parta un rayo...

No tenemos manera de evitar que se forme ni que se desate una tormenta. No podemos prever sus consecuencias, que pueden ser muchas y graves.

Lo que es cierto es que pasará. Y como ocurre con todas las tormentas, tras su paso volverá a salir el sol que iluminará el panorama posterior que puede ser poco acogedor...

Tras la tromba de agua, el viento, el granizo y los rayos, volverá a salir el sol sobre los daños. En ese momento lo que tocará es ponerse manos a la obra para reparar lo que pueda repararse, para limpiar, tirar, colocar, reconstruir...

Y no quedará otra que respirar profundamente y seguir adelante, sin juicios ni lamentaciones. Trabajar codo con codo mirando al frente.

Siempre tras la tormenta viene la calma. En el caso de una tormenta, la calma atmosférica. En el caso que vivimos, esta pandemia, también pasará, se calmará todo y tocará rehacerse.

¿Qué pasa en lo personal? Ahí es donde hay que realizar el verdadero trabajo de reconstrucción, porque como sociedad e individualmente esta pandemia va a causar daños en lo profundo. Será, es, momento de replantearse las cosas y tomar conciencia de lo que se debe cambiar, lo que se debe limpiar, lo que se debe tirar.

Toca trabajar la calma interior. Desde la conciencia de saber que no podíamos prever los daños a los que nos enfrentamos y nos enfrentaremos, pero también con la certeza de saber que tenemos que hacer cambios y replantearnos cosas. 

La tormenta, como la pandemia no es algo bueno ni malo. Es un acontecimiento que sucede y pasa. Siempre pasa, dejando huella a su paso.

En la vida se suceden las tormentas, a un nivel individual y también colectivo. Las hay que provocan destrozos considerables que nos tambalean y cuando pasan dejan un panorama desolador. Ese será el nuevo escenario en el que habrá que trabajar. 

Tenemos que ser conscientes de la necesidad de arreglar y reforzar para paliar en lo posible el poder destructivo de la siguiente tormenta, que vendrá con toda seguridad.

Debemos aprender, no solo tras la tormenta, sino antes de la próxima. Debemos observar y estar atentos a las señales que indican la proximidad de la siguiente tormenta para que no nos pille desprevenidos, ni en donde no debemos estar. Para que no nos pille sin abrigo, ni paraguas, ni impermeable...

Aprender y observar. Aprender de las tormentas pasadas y observar con mucha atención el presente para prevenir las futuras.

Va a haber daños, muchos. Cuanto más grande y violenta la tormenta, y esta pandemia lo es, mayores esos daños y más graves las consecuencias.

Cuando pase, que pasará, no es que escampe y ya está. No va a ser así. Va a tocar trabajar duro y no va a valer lamentarse.

Esta tormenta debe servirnos. Aunque no la queramos y nos den miedo sus truenos y sus rayos, aunque destruya.

Nos acordaremos de ella en el futuro. Deberíamos hacerlo para no repetir los errores, Si la olvidamos y no cambiamos nada, la siguiente nos dará más miedo y nos hará más daño.

Aprendamos y cambiemos lo que es necesario cambiar. Esto es un aviso de la Naturaleza para que lo hagamos. No es sostenible nuestro modo de vida y lo sabemos. Pero no debemos acordarnos de Santa Bárbara sólo cuando truena, como dice el refrán. O como dice el otro, más vale prevenir que curar. Porque puede que esa próxima tormenta no nos de opción y no quede nada que curar. 

Ánimo y que cada cual se revise y ojalá podamos revisarnos colectivamente. Es la única forma de ayudar a la Naturaleza a recuperar el equilibrio, que como decía en la entrada anterior, va a hacerlo de todas formas, con o sin nuestra colaboración. Mucha paciencia y a quedarse en casa hasta que escampe.




Aplausos y Caceroladas




    Acompañamiento para Gestión del Cambio 



Imagen: Ferrán Martín (@ferranmartin)


¿Qué nos hemos creído? 

Somos la especie humana. Una especie más en todo el complejo sistema natural. Pertenecemos al reino animal, concretamente al orden de los primates. Primates evolucionados y con inteligencia superior.

Pero no lo parece. Nos creemos los dueños de la Tierra y actuamos con tremenda irresponsabilidad, lo que no se corresponde para nada con esa inteligencia superior.

La Madre Naturaleza, que, como madre que es, merece nuestro respeto y cuidado, lejos de recibirlo, recibe constantemente lo contrario. Ese respeto al que deberíamos vernos obligados, nos lo pasamos por el forro con nuestra inteligencia superior. 

Somos una especie en una adolescencia crónica, que no madura y que atenta sin tregua contra las mínimas reglas de convivencia con nuestras hermanas, las demás especies de los reinos animal y vegetal. Una especie caprichosa y egoísta que con rebeldía falta al respeto a su madre y al resto de la familia. Tampoco respeta su propio hogar, degradando los ecosistemas, la tierra, los ríos, los mares, el aire que todos, humanos y no humanos, respiramos.

La Madre Naturaleza es paciente, pero llegado a un punto de actuación tan dañina en nuestro endémico egoísmo de especie adolescente, irreverente, maleducada, egoísta e insolidaria, reacciona, y esta vez lo hace sutilmente con un microscópico virus, que de forma selectiva sólo ataca a los seres humanos de forma agresiva y exponencial. La enfermedad que transmite no es mortal en exceso, en lo biológico, en una primera fase, pero tiene la capacidad de poner en serios aprietos a nuestro sistema social, desbordando la capacidad de atención a los infectados y colapsando la sociedad, pudiendo ser mucho más letal en ese escenario.

La Madre Naturaleza es la que manda. Y con esta sutilidad pone en tela de juicio lo humano en favor del conjunto de especies y ecosistemas. 

No te quepa la menor duda de que con especie humana o sin ella, la Madre Naturaleza continuará su curso y equilibrará el sistema.


Esta pandemia debería servirnos para reflexionar colectivamente y tomar conciencia del lugar que ocupamos en el hogar común, de nuestra responsabilidad y de nuestras obligaciones, que no se ven reflejadas por nuestro comportamiento irresponsable y rebelde.

Hemos tomado posesión de ese hogar común y no hemos tenido consideración con el resto de la familia natural, ni con la propia casa. No tenemos otra y eso se nos olvida.

Pensamos que esto que ocurre ahora es lo más importante. A escala de la Tierra como planeta dentro de un sistema planetario, la importancia de esta pandemia es insignificante. No digamos a una escala cósmica, que se nos escapa totalmente y de la que no somos ni conscientes.

A nuestra escala sí lo es. Pero más que lo que ocurre, lo importante es por qué está ocurriendo y sobre todo para qué.

No para que nos dediquemos a tratar de justificarnos, a pelearnos, a difamarnos, a desunirnos. No para que enfoquemos en la política, en la economía, en las diferencias. No, para eso no.

Eso es indicativo de que no entendemos nada con nuestra mente colectiva adolescente. Se trata de madurar y eso es lo que nuestra madre común trata de enseñarnos. Para eso es esto que ocurre.

Si no detenemos el absurdo comportamiento de bandos, de intereses, de desigualdades, si no levantamos la mirada todos a una para ver más allá de nuestra humana nariz y tomar conciencia de nuestro comportamiento como especie, este aviso no valdrá para nada y vendrán más y peores, sin duda alguna. 

Nuestra Madre no es humana, no está enfadada. Tan solo busca reequilibrar el sistema que la especie humana se empeña en desequilibrar.

Y si tuviera mente humana, que afortunadamente no, pensaría que no somos capaces de entender nada, persistiendo en nuestros comportamientos dañinos e incluso fomentándolos. No entendería que convivieran la solidaridad y la insolidaridad, reflejadas en aplausos y caceroladas. No comprendería nuestras reacciones ante una amenaza común, cada cual preocupado por lo suyo, cada individuo, cada colectivo, cada sociedad, incapaces de unirnos y actuar como especie con instinto de supervivencia.

Pero la Madre Naturaleza no tiene obviamente pensamiento ni razonamiento humano, limitado e inmaduro. Está por encima de nuestra pequeñez y si tuviera pensamientos humanos pensaría que no tenemos remedio y quizás que nuestra permanencia en casa así no puede continuar.

Nuestro futuro depende de muchos factores. De corregir, si tal cosa es posible, nuestros comportamientos destructivos, de unirnos como especie, de madurar. Y aunque pudiésemos corregirnos colectivamente, no tenemos ningún control y esto que está ocurriendo puede ser poco para lo que puede ocurrir y que en nuestra inmadura mente colectiva ni nos planteamos. Lo que está claro es que si como especie logramos ser más responsables, contribuiremos al equilibrio que nuestra madre quiere.

Como muchos dicen, tenemos lo que merecemos y poco es para el constante daño que hacemos con nuestra ignorante inmadurez adolescente.

Este seguro que invisible intento de concienciación por mi parte, evidentemente es un brindis al Sol. A la vista está: Aplausos y caceroladas. Es lo que hay tristemente. Y el poder aplastante de la Naturaleza puede acabar acallando ambos.


Jorge Arizcun