Acompañamiento para Gestión del Cambio
Ayer a última hora del día, tras los aplausos dirigidos desde las ventanas a las personas que se están dejando la piel por todos, salí a dar una vuelta a la manzana con nuestra perrita nora que, ajena a todo esto, demanda su paseo cada día, tras una paciente espera. Sabe que tras los aplausos, que le asustan un poco, toca salir a la calle que ahora es distinta, vacía, sin coches, sin ruido, sin nadie.
Apenas habíamos avanzado tras doblar la esquina poco después de salir del portal, cuando el imponente silencio se vio interrumpido por un sonido ronco de un motor grande de máquina que provenía del final de la calle por la que avanzábamos.
Vivimos en un pueblo manchego en el que las calles son irregulares y las manzanas de casas también. La manzana de nuestra casa es corta en el lado de la fachada del portal y larga en el de las perpendiculares. Nora y yo caminábamos por la de la izquierda de nuestro portal, que viene a ser el doble de larga que la parte de nuestra casa.
Iríamos por la mitad, más o menos, cuando escuchamos el ruido. La perrita levantó la cabeza y las orejas, dejando de husmear el suelo. Yo miré al fondo de la calle sin ver nada. Seguimos caminando un poco más y de pronto vi que al fondo la entrada de la calle se iluminaba. Al poco, unas luces aparecieron. Potentes luces que irrumpieron en la esquina, mientras el sonido aumentaba su potencia.
Nos detuvimos en seco. Entonces pude ver que detrás de esas potentes luces se formaba una nube blanca a cada lado, que llegaba en altura hasta las ventanas de las casas, casi todas de un solo piso (hay pocas casas de dos plantas en esa calle)
Entonces caí en la cuenta de que lo que avanzaba por la calle vacía en la que sólo estábamos la perra y yo, era una máquina grande con potentes focos y que las nubes eran el resultado de una pulverización. ¡Estaban fumigando!.
Rápidamente nos dimos la vuelta y avanzamos deprisa hacia la esquina, mientras ese artefacto avanzaba ruidosamente, fumigando sin detenerse.
Cuando llegamos a la esquina para doblar a la derecha hacia nuestro portal, decidí cruzar y avanzar por una calle de enfrente, no contigua a la que habíamos dejado, sino algo más a la derecha, para ver aparecer la máquina.
La esquina de la calle que acabábamos de abandonar a toda prisa, perseguidos por las luces y las nubes, se iluminó con gran intensidad y aparecieron los focos, detrás de los cuales la mole de un tractor de gran tamaño arrastraba un remolque con un voluminoso depósito y con unos aspersores en la parte trasera en forma de abanico, que pulverizaban a ambos lados una nube espesa. Yo había visto esa imagen en el campo, nunca en una calle.
Entonces giró hacia la izquierda, en sentido contrario adonde la perrita y yo nos habíamos detenido, mirando atónitos la aparición y el avance del enorme tractor que arrastraba el remolque con el depósito, pulverizando a los lados sin cesar esas nubes, mientras se alejaba ruidosamente tras doblar la esquina.
Un fuerte olor a cloro, a lejía, nos llegó enseguida y decidí que ya era hora de volvernos, pensando en que la pequeña nora podía intoxicarse (no pensé en que yo también hasta después, ya en casa) Bajé la vista y vi que me miraba fijamente, con las orejas levantadas, como diciéndome: "¿nos vamos ya a casa o qué?"
Un vecino nos hacía señas desde su ventana, señalando hacia el lado contrario al que avanzaba alejándose el tractor que acabábamos de ver. Al salir de la calle en la que estábamos para cruzar a nuestro portal, otra vez un sonido ronco y fuerte de motor, esta vez más cercano, y otras potentes luces avanzando hacia nosotros.
Cruzamos rápidamente (tengo que reconocer que con cierto miedo, nora también, con el rabo entre las patas traseras) y bajo la mirada del vecino en su ventana entramos rápidamente en el portal.
Ya a salvo en casa, salimos a la terraza grande donde vive nuestra perra y al asomarme vi pasar ese tractor de gran tamaño, con el sonido de su motor al que se añadía el del compresor adosado al depósito, que pulverizaba a ambos lados a través del abanico de aspersores, dos amplías y espesas nubes de desinfectante, que no llegaban hasta nuestra altura (un segundo piso) pero sí a todo el ancho de la calle, las fachadas y ventanas hasta casi el primer piso a ambos lados a su paso.
Vimos como el convoy giraba enfilando hacia donde poco antes estábamos nora y yo mirando atónitos el anterior tractor.
Me pareció una escena surrealista y distópica que me hizo tomar verdadera conciencia de la gravedad de la situación en la que estamos, en la que los ayuntamientos ordenan la fumigación de las calles de los pueblos y las ciudades para desinfectarlas y combatir la pandemia.
Durante bastante tiempo se sucedieron las pasadas de las fumigadoras y desde dentro de casa escuchamos una y otra vez el ruido a su paso.
Esta experiencia, como la de todos en esta situación de alarma y confinamiento, refleja la excepcionalidad de la misma, en la que estamos viviendo de forma colectiva algo desconocido y de una magnitud de la que cuesta hacerse a la idea.
Luces y nubes que nos hacen aterrizar forzosamente en la verdadera dimensión de lo que ocurre y tomar conciencia colectiva de la necesidad de permanecer en casa y salir lo estrictamente necesario. Porque ese virus puede estar en todas partes y son necesarias medidas drásticas, incluidas ruidosas máquinas que rompen el inusual silencio de las calles, iluminando con sus potentes y fantasmales luces, tras las que nubes de disolución de cloro pulverizado rocían las superficies a su paso.
Desde aquí mi aplauso también a esos agricultores que con sus tractores avanzan ruidosos, lejos de los campos por nuestras calles, iluminándolas a su paso y esparciendo nubes de desinfectante.
#yomequedoencasa
Jorge Arizcun
COACHING ACTIVO
Marzo 2020
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