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El zen de los cojones
Esta es la “lindeza” que un día, gracias a una persona bienintencionada, me enteré que se decía de mi a mis espaldas en mi entorno laboral. También sé que en otros entornos se me calificaba como “soñador”, el de los “pájaros en la cabeza” y más recientemente el “Ghandi”
Entonces me molestó mucho. Ahora
no lo haría ni lo hace. Todo lo contrario.
Ser alguien Zen, es ser alguien que trabaja en su equilibrio. En su acepción formal se refiere a alguien que practica la sentada de los Budas (zazen), la meditación sentada en posición de loto, que es la esencia del budismo, para lograr la intimidad con uno mismo y la comprensión de nuestro Ser, nuestra verdadera naturaleza, comprendiendo que es parte de algo más grande, el Universo, y armonizarnos con él, vibrando en su misma frecuencia (tengo que decir, que la posición de loto no es posible para un cuerpo tan poco flexible como el mío, aunque no soy pretencioso con eso y adopto posturas más asequibles…)
Este camino interior, a través de la práctica, me ayuda a tomar conciencia de que no soy tan importante en mi individualidad, que soy parte del mundo como un todo, que puedo apreciarlo tal y como es y que mi visión está deformada por mis prejuicios y mis percepciones subjetivas. Esto me hace respetar al mundo en su conjunto, que no es otra cosa que respetarme a mí mismo.
¿Para qué me sirve entonces atender esas voces que me juzgan o me critican? Si las atiendo, realmente me coloco en la posición de mi yo pequeñito, de mi ego al que sí importan las opiniones y los juicios de otros egos, pequeños en su percepción de individualidad.
Lo importante, según lo he experimentado y lo experimento, es buscar ese equilibrio, esa ecuanimidad, esa calma y ese discernimiento que surge de no identificarse con el ego. Esto lo llevo practicando conscientemente desde que descubrí que yo tenía que ser algo más de lo que percibía que era.
Después de la importante y profunda crisis personal que transité, trabajando con bastante dificultad para reducir mi estrés, mi malestar y mi ansiedad, fue cuando esa práctica se tornó consciente. Antes no. Me conducía por la vida en ese “modo búsqueda”, ese inconformismo con lo que percibía y sentía, que latía en mi inconsciente pidiendo emerger, pero silenciado y con la salida cerrada tras un muro de percepción, de condicionamientos, de creencias y de valores mundanos que creía ciertos, pero ante los que de alguna manera me rebelaba (soñando, parando, leyendo, cuestionando) Así se iba poco a poco derribando ladrillo a ladrillo ese grueso muro, muy lentamente mientras mi ego campaba a sus anchas y dirigía mi vida, conmigo ausente, y después mucho más rápido cuando la vida me despertó con violentos zarandeos.
Entonces no comprendía las críticas. Ahora no sólo las entiendo, sino que las miro con compasión, ya que sé de dónde provienen. Todas las personas en mayor o menor medida, con más o menos intensidad experimentan esos momentos de despertar. Aquellas que tienen como yo la suerte de haber despertado más intensamente y más duraderamente, acogemos la práctica como el camino permanente al despertar, ya que tendemos, como el resto, al estado de adormecimiento al que nuestro ego, con su voz engañosa, trata de llevarnos todo el tiempo. Es esa voz que pretende hacernos creer que lo que percibimos es real, que somos seres individuales, que tenemos la razón, que no hay nada más que lo que vemos.
Así que “el Zen de los cojones” acepta esa calificación, quitándole toda la carga de juicio que lleva y dejándolo en Zen a secas. El que medita y busca el equilibrio y la armonía. Porque si eso es criticable, bienvenida sea la crítica, que yo transformo en reconocimiento. Sólo que los otros egos no lo saben aún. No pueden saberlo mientras no despierten. Y esto ocurre muchas veces sólo al ser enérgicamente zarandeados.
Hay quien despierta sin más, sin crisis. Afortunadas esas almas elegidas.
El resto tenemos que abrirnos paso a machetazos por la espesa selva perceptiva, entre las gruesas ramas espinosas de los juicios, de las creencias y los falsos valores de los que se alimenta y por los que existe el pequeño personaje que creemos que somos, nuestro ego.
Hacen falta muchos “Zen de los cojones”, muchos fareros, muchas almas soñadoras, que fomenten valores de calma, de equilibrio y de acompañamiento en el camino de despertar de otras personas.
Por mi parte, sólo puedo agradecer esas críticas, que cargan las baterías de la luz de mi faro y me mantienen despierto, estimulándome a seguir por mi sendero y acompañar a otras personas por los suyos, en su caminar hacia sus Yoes con mayúsculas, las puertas de entrada al lugar del que todos somos parte.
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