sábado, 15 de julio de 2017

No esperes... ¡ve a por ello!



    Acompañamiento para Gestión del Cambio 

E
En un artículo recién publicado en Linkedin, titulado "¿cazador o carroñero?" hablaba de actitud, refiriéndome a las aves rapaces cazadoras y las carroñeras.

Águilas o buitres.



Bueno, aunque la imagen es algo fuerte y he recibido cierta "crítica" bien recibida por cierto, en esta nueva entrada quiero incidir en ello y hablar de un ejemplo que ilustra bien, a mi juicio, esa diferencia de actitud.

Es verano, ha terminado el curso y en muchos institutos existen los mercadillos, en los que alumnos y padres venden y compran libros de texto usados.

Unos los llevan para venderlos y otros van a intentar comprarlos.

Este año fui con mi hijo al mercadillo. Empezaba a las 17h. Es una hora de mucho calor en verano en Madrid. 

El mercadillo duraba 3 horas, de 17 a 20h.

Fue un buen lugar de observación de lo que supone tomar una u otra actitud.

La sensación de mi hijo, aparte de absoluta y lógica pereza por la hora y por el calor, era la que puede sacarse de estas frases: "aquí nadie va a venir a vender sus libros", "es una pérdida de tiempo", "en caso de venir alguien, hay mucha gente esperando y volarán"...

Todas frases ciertas. Pero no del todo.

Las evidencias del calor, de las fechas, de la hora, de la gente, son obvias. Es parte de lo que es y significa un mercadillo de este tipo. No sirve de nada recrearse en ello.

Lo que ocurrió fue lo siguiente: 

Como había mucha gente en el interior del instituto y como habíamos escuchado que había bastante demanda de los libros que andábamos buscando, salimos fuera.

No para irnos, cosa que otras personas sí decidieron hacer, sino para interceptar fuera del instituto, antes de que llegaran a él a todo aquel que se acercase con bolsas de libros. 

Muchos no eran de ese curso, pero... algunos sí.

Primero un libro, luego otro y finalmente todos. 

La estrategia funcionó. Y muy bien. Era cuestión de tiempo que los libros llegaran. La clave era interceptarlos antes. No quedarse esperando e ir en su busca.

Salir a cazar.

Mi hijo aprendió una lección valiosa que demás de la consecución de los libros trajo algo más. La satisfacción de haber hecho algo diferente. De haber salido de la zona de confort e ir a por ello. 

En vez de dar vueltas como los buitres, esperando que cayese algo con suerte, se hizo águila. 

Amplió el territorio, agudizó la vista, voló a por la "presa",

Y se cobró la pieza.

Donde no había nadie.

Se escaparon varias, las que no eran. Pero cuando llegaron las buenas él estaba allí.

La opción de no ir estaba. La de abandonar, también. La de quedarse a esperar y la de haber constatado que era una pérdida de tiempo y era imposible... también.

Pero esa diferencia de actitud, esa proactividad, ese ampliar el territorio de vuelo, volar más lejos e interceptar mucho antes, también estaba.

El resultado era igual de incierto, pero las posibilidades si no se exploran no existen.

Para cuando la mente nos pone delante lo obvio, un cambio de actitud puede suponer la diferencia.

Para nosotros fue una buena lección y una satisfacción grandes. 

Debemos tener el ejemplo siempre a mano porque nos va a servir de mucho.

Desde aquí lo comparto por si es de utilidad además para alguien.

Estoy seguro que sí.


Jorge Arizcun
Julio 2017





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Tras la tormenta...



    Acompañamiento para Gestión del Cambio 




Tras la tormenta, la calma...
...y los daños a reparar.

Desde la calma chicha y el intenso calor castellano, hoy me estoy acordando de los recientes días de intensa y violenta tormenta.

Pienso en tantas veces en que las cosas que pasan no están bajo nuestro control. 

El cielo se va encapotando y oscureciendo y nosotros, seres pequeños y frágiles en comparación, sólo podemos contemplarlo. 

No podemos saber previamente cómo será la tormenta, ni la cantidad de agua que precipitará, ni el aparato eléctrico que traerá. 

No podemos prever su violencia ni los daños y consecuencias que ocasionará.

Puede que ni siquiera nos demos apenas cuenta y nos pille desprevenidos, caminando, en el coche, en la bici o en la moto... Y nos caiga la mundial.

Es imposible saber si por la fuerza del agua y las filtraciones el suelo se hundirá o no. 

Puede incluso que antes de la tormenta hayamos caminado por esa calle que después se hundió, sin ser conscientes de lo frágil que era ese suelo, esa acera o calzada aparentemente tan sólidos, posiblemente ya socavados por filtraciones.

La tormenta, como muchos otros fenómenos naturales es una prueba patente de la falta de control sobre lo que ocurre.

Sí lo tenemos sobre lo que hacemos y sobre el grado de conciencia con el que vivimos. 

Claro que la tormenta puede pillarnos desprevenidos. Pero quizás con un grado de conciencia mayor podríamos evitar o paliar algo sus efectos.

Desde luego no podemos evitar que se forme ni que se desate. Ni prever las consecuencias, que pueden ser muchas y más o menos graves.

Es verdad que tras su paso vuelve siempre a salir el sol, que a veces ilumina un panorama poco acogedor.

Tras la tromba de agua y el viento, granizo, rayos, o lo que la haya acompañado, sale el sol sobre los daños y es momento de ponerse manos a la obra para repararlos, si pueden repararse, para limpiar, tirar, colocar, reconstruir...

No hay otra que respirar hondo y seguir adelante, sin juzgar ni lamentarse.

Tras la tormenta la calma, sí, la atmosférica. Igual no tanto la nuestra, a la vista de esos destrozos más o menos graves. 

Esa calma es la que podemos trabajar. Desde la conciencia de saber que no podíamos prever los daños que ahora tenemos delante. 

Que la tormenta no es algo bueno ni malo. 

Y pasa. Siempre pasa. Dejando huella de su paso.

En la vida, las tormentas se suceden. Y hay alguna muy fuerte que provoca destrozos considerables, que nos tambalea y que cuando pasa deja un panorama desolador. 

Desde ahí hay que trabajar. 

Todas las veces. 

Después de todas las tormentas. 

Conscientes de que tenemos que arreglar y reforzar. Para que la siguiente, que vendrá, no sea tan destructiva.

Y también debemos aprender a observar, estar atentos a las señales que indican la proximidad de la tormenta. 

Aprender y observar. Aprender de tormentas pasadas y observar en presente para prevenir las futuras.

Daños habrá. Muy probablemente. Y cuánto más grande y violenta la tormenta más daños. No es que escampe y ya está. No.

Toca trabajar. A veces mucho. Y no vale lamentarse.

Las tormentas forman parte de la vida. No son malas. Nos sirven. Aunque no las queramos. Aunque nos den miedo. Aunque destruyan.

En ocasiones como hoy con esta ola de calor, hasta puede que las echemos de menos...



Jorge Arizcun
Julio 2017





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